Mi infancia fue en los ’70, época en la que nuestra generación soñaba con ser astronautas, jugadores de fútbol o bomberos. Yo quería ser actor y en esas búsquedas infantiles por acercarme a la profesión, por construir mis escenarios es que daba funciones para mis amigos del barrio; hacía representaciones de lo que fuera, teatro de sombras, titeres y marionetas, todo era representable…
…hasta que un día llegó a mis manos un libro titulado «Prestigitación e ilusionismo» que explicaba al detalle y con ilustraciones los trucos que hacía mi tío Miguel, «el mago de la familia» (que había estudiado en las prestiosas escuelas de magia Fu Man Chú) y los que veía en la tele gracias al microprograma «Las Manos Mágicas» cada mediodía.
Lo que recuerdo de ese libro fue una frase casi inicial, reveladora por completo del arte de la magia: «lo más importante en las ilusiones que ejecuta un mago no es su técnica sino saber distraer bien al público»
Así uno mueve ampulosamente el pañuelo en la mano derecha y saca una paloma con la mano izquierda sin que nadie lo note. El verdadero arte del mago es engañar, decía el libro. Y puedo asegurar que en mis torpes primeros intentos de shows de magia entre amigos y familiares (y mas allás de la benevolencia del público) el principio funciona.
Hoy estamos ante la misma situación como sociedad.
Pero esta vez somos el público de este show.
Un primer truco
Un personaje estrafalario y violento gana – con una gran mayoría del voto popular, en un balotaje – y como por arte de magia, cuando parecía imposible que alguien (que a todas luces carece de las mismas) pudiese asumir semejante compromiso.
¿Cómo fue posible semejante truco?
Con dos distracciones. Inventando un enemigo: «La casta política» y haciéndo que ese enmigo que sea el depositario de todos los males del país.
Eso condimentado con otras distracciones efectivas como avivar los odios, las revanchas, propagar mentiras y difamaciones imporbables e indemostrables.
Segunda ilusión
Todo aquel que haya presenciado un show de magia sabe que hay un momento en que el mago hace subir al escenario a alguien del público. Alguien que, insospechado de parcialidad por su procedencia, se convierta en su colaborador para continuar con el show. Casi nunca el que sube al escenario es alguien al azar. Como toda ilusión que se precie, todo está preparado de antemano.
Al armar el gabinete de ministros de este gobierno vimos todos ¿con asombro? como al escenario del show subían a colaborar los que habían sido férreos opositores. Incluso a los que el mismo prestigitador principal trató de asesinos a viva voz.
Vimos entonces un desfile de personajes, que ya antes nos han sumido en los peores momentos de nuestra historia, como en una procesión para incorporarse al nuevo gobierno. Nombres que se repiten en la triste memoria de los sucesivos saqueos, como Macri, Billrich, Caputo, Sturzenegger…
Tercer acto
El número principal del show, el momento más importante, es el mejor y más preparado de todos los trucos. Copperfield hacía desaparecer un edificio, o un elefante, Houdini se tiraba al mar encadenado… actos que requieren de mucha dedicación. Pero sobre todo lo que se necesita es una gran distracción, para que nadie sospeche lo más obvio. Acá es donde se ve la calidad del mago. Si logra realizar el efecto sin que el público lo perciba se asegura el aplauso y hasta pude pensar en una segunda función.
Si la distracción no es lo suficientemente potente el truco queda al descubierto y el mago queda en ridículo.
Apenas a 10 días de asumir el presidente da a conocer un DNU (decreto de necesidad y urgencia) que -sin necesidad ni urgencia alguna- busca dos objetivos: que el poder legislativo le delegue la suma del poder público y hacer una reforma constitucional encubierta moficando y/o derogando cientos de leyes que son fruto de luchas y acuerdos, algunos centenarios.
A los días manda al Congreso Nacional un proyecto de ley que propone lo mismo que el DNU y para colmo lo amplifica en un grado de paroxismo inédito en la historia.
Aprobar semejantes aberraciones jurídicas por parte de los diputados y senadores de la Nación sería – segun la misma constitución – un acto de traición a la patria.
Aún así el poder ejecutivo ejerce presión sobre los gobernadores de las provicias, amenaza con desfianciar (e inclusos con amenazas textuales que se filtraron: «Los voy a dejar sin plata, los voy a fundir a todos» SIC) logrando que algunos convenzan a sus propios legisladores para que voten la ley.
La Cultura en peligro
Varios de los artículos de la ley se refieren a la cultura. Afectan al teatro, a la música, al cine, a la danza, a la literatura, a las bibliotecas populares, a los organismos de gestión… Pretende cerrar o desfiananciar organismos como INCAA, INT, FNA, INAMU, CONABIP, ARGENTORES, SAGAI, etc. Este ataque feroz a organismos que NO DEPENDEN DEL APORTE MONETARIO DEL ESTADO al ser entes autárquicos que tienen sus propios ingresos, a base de asiganciones espécíficas fruto de la misma actividad, lo justifican con la premisa «No hay plata» que repiten gobernantes y seguidores como un mantra.
En las calles y en todos los ámbitos los trabajadores de la cultura nos manifestamos activamente contra este atropello a los derechos aquiridos con luchas centenarias.
Lo mismo sucede con otras actividades del país que son tocadas con la misma fruición y sin sentido.
Pero, como en el ilusionismo, tanto la ley como el DNU son una gran distracción. Pretenden que cada sector reclamemos por separado, quienes hacen cine por el INCAA; quienen hacen teatro por el INT y el FNA; las bibliotecas populares por la CONABIP; las radio comunitarias por los FOMECA, músicos por INAMU, y así nos quieren distraer para quedarse con lo más importante que vienen a buscar: Las facultades delegadas para disponer a su antojo de todo: tierras fiscales, glaciares, mar argentino, petróleo, aerolineas y por supuesto la joya de la abuela: El fondo de garantías de sustentabilidad del ANSES. El reaseguro de jubilados y jubiladas, una caja millonaria que se repartirán con sus socios, como ya lo hay hecho en el pasado.